Curiosidades léxicas – Por Luis Navarrete

15.10.2017 15:25

La lengua nos da muchas sorpresas. No solo ese músculo que movemos hasta dormidos, sino la que utilizamos para expresarnos, muchas veces con desparpajo y con descuidos que con frecuencia resultan nefastos. Por ejemplo, cuando ofendemos sin querer o cuando nos enfrascamos en dimes y diretes inoficiosos o en agrias polémicas para dirimir si este Gobierno es lo mejor que hemos tenido o si, además de dictatorial, ha sido el más inepto e ineficaz. Entonces, esa lengua se enerva y se retuerce en disparates y hasta en palabrotas a punto de puñetazos.

Eso sucede cuando hablamos. Que es cuando las palabras, como se dice, se las lleva el viento. Pero en la lectura nos tropezamos con parejas que, provisionalmente pero con toda propiedad, podríamos llamar disparejas. Al menos semánticamente. Si escribo algo así como “Lo dicho puede molestar, pero también provocar dicha”, es probable que llame la atención la cercanía en esa frase de palabras casi idénticas: dicho y dicha. Su uso ¿fue casual o intencionado? Para decidirlo habría que conocer todo el texto, que no es nuestro tema. Si se tratase de un descuido, basta con sustituir lo “dicho” por “expresado” o “dicha” por “alegría”, que es lo más sencillo. Pero si un periodista debe incluir textualmente una declaración en que se expresa que “la derecha tiene todo el derecho de permanecer en contra”, no tiene alternativas: debe reproducirla idéntica.

Los anteriores ejemplos son algo así como curiosidades léxicas, como la punta del iceberg. A mí se me presentaron en una lectura ocasional y, por simple curiosidad, comencé a buscar casos similares. En vista de que mi debilitada memoria no recordó sino unos pocos, decidí revisar con mayor énfasis y terminé hurgando en el Diccionario de la lengua española de la Academia. Allí logré detectar más de 200 casos (ver RECUADRO) de un curioso fenómeno lingüístico que suponía abordado por la gramática. Revisé, por supuesto, la Nueva gramática de la lengua española, también de la Academia, y nada. Lógico: se trata de un fenómeno léxico ajeno a la temática propia de los estudios gramaticales. Es algo así como una de tantas “casualidades”, por llamarla de alguna manera, de nuestro atrabiliario idioma. Y hay que ver lo atrabiliario que son los españoles y también nosotros, sus antiguos súbditos, hoy felizmente liberados, aunque no idiomáticamente.

Lo curioso es que parejas como barro/barra, ducho/ducha, foco/foca, plato/plata y tropo/tropa son formalmente similares al modelo clásico de masculinos terminados en o con su correspondiente femenino en a: niño/niña, negro/negra, hermano/hermana, hermoso/hermosa. Aunque en parejas similares que no obedecen a este último modelo puede detectarse cierto

vínculo semántico, como en tormento/tormenta, tinto/tinta, puerto/puerta (los puertos son puertas de entrada), suelo/suela, es evidente que no se trata de un parentesco de género (masculino/femenino), sino de una simple coincidencia de forma. Ya lo hemos planteado en otras ocasiones: en la formación y el desarrollo de nuestro idioma las razones determinantes son las histórico-sociales y culturales. Y, por supuesto, siguen siendo decisivas en su funcionamiento. En tal sentido, pues, hay que tener muy en cuenta que se ha impuesto, al igual que en todos los idiomas, más la arbitrariedad que la legalidad y la lógica de lo preceptivo. De allí que su enseñanza se ha visto obligada a sustituir la rígida normativa gramaticalista por una orientación basada en la pragmática del uso. Nadie aprende a hablar a partir de categorías y preceptos gramaticales. Lo mismo vale para la escritura. La gramática es solo un auxilio muy importante. Y hay que ver cuánto han sudado los gramáticos, desde Nebrija hasta hoy, para ordenar el caos.

 

Fuente Correo del Orinoco/Cultura