Hace 210 años llegó a Venezuela un escudo protector contra la viruela

27.04.2014 20:48
Notiyaradigital

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El 30 de marzo de 1804 comenzó la inmunización en Caracas “en medio de gran ceremonia y pompa”, relata el historiador e investigador Germán Yépez Colmenares

 

La sola mención de la palabra viruela podía causar terror entre las personas hace pocas décadas. No era para menos: una enfermedad de alta letalidad, que irrumpía en los rostros y los cuerpos al calor de la fiebre, tenía todos los elementos para ser considerada una maldición divina. La afección -que fue un azote para el mundo hace varios siglos- sigue siendo mucho más que una palabra amenazante. En 2011, los países de la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidieron conservar las cepas del virus almacenadas en dos laboratorios de alta seguridad en Estados Unidos (EEUU) y Rusia.

La enfermedad -producida por el virus variola- fue erradicada de manera oficial en 1980, y se fijó el año 1996 para la destrucción de las cepas que todavía siguen almacenadas en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Atlanta y en el centro ruso de biotecnología Vector. Pero la eliminación del virus ha sido retrasada al menos en cuatro oportunidades, y este año la OMS debe resolver de nuevo qué camino tomar.

Ese es el relato del presente. La historia del pasado -investigada ampliamente por el profesor e historiador Germán Yépez Colmenares, exdirector del Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela- da cuenta de una calamidad que arribó al continente americano con el invasor español. Pero en esa historia también hay que incluir la llegada de la inmunización, de la que se cumplieron recientemente 210 años. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por el médico Francisco Javier Balmis, marcó un hito en la historia sanitaria venezolana.

 

 

INSTRUMENTO DEVASTADOR

“Parte de la conquista de América y de territorios del Asia como Filipinas -más allá de la utilización del caballo como arma de guerra, del perro como arma de guerra, de los arcabuces, de la espada y de la armadura de hierro que doblegaron a las sociedades originarias que estaban en los territorios de América- se apoyó en unos instrumentos que fueron más devastadores en el proceso de dominación y de conquista: enfermedades que no estaban registradas en estos territorios”, tales como el sarampión y la viruela, comenta Yépez al Correo del Orinoco.

 

Cristóbal Colón se llevó indígenas a Europa por diversas razones. Cuando retornó al continente, en su segundo viaje, los trajo consigo, pero varios de ellos estaban infectados con el virus de la viruela. “Esa nueva enfermedad se va a expandir por toda América y va a producir una catástrofe”, describe. La mortalidad se ubicó en alrededor de 50%. “Algunos historiadores hablan de la primera guerra bacteriológica con la conquista de América por parte de Europa”. La gran ola epidémica de 1518 a 1527 “fue solo el comienzo”.

La afección no era precisamente una picadura de mosquito o un mal menor. “Hasta su erradicación en 1977, la viruela fue una de las peores plagas que sufrió la humanidad”, reseña José Esparza, exjefe del programa de investigación en vacunas de la ONU, en un trabajo publicado en el número 72 de la revista Tierra Firme. De acuerdo con Esparza, “en el continente americano la viruela tiene una historia de 453 años”, ya que la enfermedad “fue introducida inicialmente en la isla de Santo Domingo en 1518”, para ser erradicada en 1971. Esparza relata que los indios mexicanos bautizaron a la viruela como “gran lepra”, y al sarampión como “pequeña lepra”, pero lepras al fin. Varias epidemias se presentaban al mismo tiempo, tal como lo registraron los cronistas de la época y lo remarcó el mismo Esparza, quien citó una antigua rima: “Sarampión toca la puerta/ viruela dice: ¿quién es?/ y escarlatina contesta/ aquí estamos las tres”.

La primera epidemia documentada en Venezuela ocurrió en 1573, de acuerdo con el investigador, y es posible que haya liquidado a más de 30% de la población. La siguiente se reportó en 1580, y presuntamente se originó “en el puerto de Caraballeda”, por un contrabando de esclavos que venía -tal como lo narra Esparza- en un buque portugués. Se ha estimado, ilustra el científico, que la población aborigen de Venezuela a principios del siglo XVI era de 500 mil personas; al final del siglo, y debido en parte a las epidemias, se había reducido a 250 mil.

Solo en Caracas, la epidemia más intensa -entre 1763 y 1775- se llevó por delante a 10 mil personas, de acuerdo con un trabajo de Yépez publicado en la misma edición de Tierra Firme. “Desde el comienzo produce altos números de enfermos y muertos, dejando la ciudad en una situación desoladora, que empeora con el abandono de sus casas por parte de los grandes propietarios caraqueños, quienes huyen de la enfermedad hacia sus posesiones rurales, reafirmando un comportamiento humano de ricos y potentados frente a las pestilencias sanitarias”.

El historiador confirma que la mayoría de los enfermos “morían sin poder obtener ayuda”; los cuerpos de las víctimas eran lanzados en zanjas, y los pacientes eran colocados en degredos, donde -con suerte- se recuperaban, o probablemente fallecían.

“En Venezuela se sabe hoy en día que una de las epidemias más feroces que hubo en Caracas produjo una mortalidad del 30% de la población: de 30 mil habitantes que tenía Caracas y sus alrededores murieron más de 10 mil personas, fue en 1763-1769”. Un médico de origen canario trajo un recurso que ya había sido empleado en China, refiere Yépez: Los chinos “infectaban hilos con las pústulas de pus de los enfermos, picaban esos hilos y los metían en frascos de arcilla con almizcle” y cuando ocurría una epidemia “sacaban esos pequeños pedacitos de hilo y abrían la piel de la persona que iban a proteger para colocárselo, con lo que esa persona desarrollaba una viruela humana atenuada”; esto le permitía sobrevivir en caso de epidemia.

La medida producía rechazo en el sector religioso, acota el investigador, “porque la Iglesia decía que se estaba alterando la ley de Dios: que si la Ley de Dios trae una epidemia tú debes dejar que Dios la controle; y también porque había una reacción en contra, porque la gente se enfermaba y algunos se morían” al recibir la dosis del virus.

LA EXPEDICIÓN

 

Razones económicas, fundamentalmente, llevaron a la monarquía a buscar opciones. “España vivía de la mano de obra” de América, recuerda, y producto de la viruela “tiene muchas pérdidas humanas en el territorio americano”. A fines del siglo XVIII, refresca Yépez, el médico inglés Edward Jenner encontró una vía para hacer retroceder esa enfermedad que invadía los cuerpos sin compasión. Jenner “veía en su pueblo que las ordeñadoras de vaca no se enfermaban cuando llegaba una epidemia”, porque ellas estaban en contacto con los animales cuando estos padecían una afección que les causaba pústulas (en otras palabras, estaban inmunizadas). Este médico “tuvo la osadía científica de comenzar a usar experimentalmente ese pus el de la vaca y de las mujeres que se enfermaban, y comenzó a probar con niños; incluso, probó con sus hijos, y comprobó que al colocarle el pus de la vaca o de la mujer enferma a los niños no desarrollaban la viruela”. Así nació la vacuna, cuyo nombre quedó indefectiblemente asociado con el de los mamíferos que la inspiraron.

Sus experimentos, puntualiza Yépez, despertaron “un rechazo en la comunidad científica mundial”, pero otros sectores los aplaudieron. Lo cierto es que el conocimiento sobre su obra llegó a España. “El Rey Carlos IV, que es quien gobierna en España para la época tiene entre sus colaboradores a Francisco Javier Balmis, médico cirujano” y plantea la posibilidad “de que se use ese nuevo método para llevar la vacuna a los territorios españoles y evitar los altos niveles de mortalidad”. Por cierto, precisa el historiador, dos médicos en Caracas ya se habían enfrentado por la variolización que se conocía de China, que se había implementado en Europa a partir de 1721 y que introdujeron en América del Norte.

A comienzos del siglo XIX hubo una epidemia muy feroz que comenzó en Bogotá y se expandió a Venezuela. “El Rey Carlos IV, con la asesoría de esta gente que ya se conoce la vacuna, ordena que se organice una expedición para traer la vacuna hacia estos territorios bajo dominio español”. La tarea estuvo encabezada por Balmis y por el médico José Salvany, con ayudantes destacados como Manuel Grajales. Y, aunque hoy parecería un hecho aborrecible, fueron los niños los “transportes” de la inmunización.

El pediatra español José María Lloreda, en su blog personal, resume lo sucedido: “La corbeta María Pita partió de La Coruña con 2 cirujanos, 5 médicos y 3 enfermeros. El problema de la conservación de la linfa vacunal durante el viaje se solucionó llevando 22 niños expósitos de La Coruña en los que se iba infectando de vacuna cada 2 semanas, y después, de esas pústulas se pasaba a otros 2 niños, para que no se perdiera la capacidad infectiva, así como varias muestras en el portalinfas clásico. Además, llevaban cientos de ejemplares de un libro sobre la vacuna y su forma de aplicarla, para repartirlos en todas las zonas donde arribaran”. Los equipos “llegaron a Puerto Rico en 1804”, y posteriormente “se dividieron en 2: una expedición a cargo de Balmis, que recorrió México, Venezuela, Cuba, Filipinas, Macao y Cantón; y otra, dirigida por Salvany, que recorrió Perú, Panama, Colombia, Ecuador, Chile y Bolivia”.

Balmis recorrió Puerto Cabello, Valencia, Aragua y Los Teques hasta llegar a Caracas. “Los documentos de la época confirman que hubo una gran fiesta en Caracas, como cuando llegaba un delegado del Rey: hubo fuegos artificiales, hubo misas especiales”. La vacunación comenzó en la capital, reporta, el 30 de marzo de 1804 “con un gran acto formal”. “La vacunación en masa se inició el Viernes Santo, 30 de marzo, en medio de gran ceremonia y pompa”, reseñan Yépez y Esparza en el libro La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. El mismo día “se vacunaron 64 personas”, agregan. “El gobernador Guevara Vasconcelos emitió un bando dando total apoyo oficial a la expedición, ejemplo que fue seguido en otras regiones de la Capitanía General de Venezuela. El bando también declaraba ilegal la antigua práctica de la variolización”, escriben Yépez y Esparza en el texto.

 

¿Quiénes fueron los primeros vacunados? “Las autoridades, los familiares del Gobernador, las familias principales fueron las primeras vacunadas”, pero “allí también se va a pedir la presencia de niños expósitos para usarlos como niños transporte. Los niños de los ricos no eran usados como niños expósitos, sino como sujetos de vacunación. Los médicos estuvieron varios días en Caracas hasta que desde Caracas se organizan las dos expediciones: una va a salir hacia Colombia, hacia Cartagena de Indias; y la otra, hacia Cuba”, detalla Yépez al Correo del Orinoco.

Producto de la expedición se decide formar una junta de vacunas en Caracas, con el filólogo y sabio Andrés Bello como secretario, resalta el historiador. Entre 1804 y 1811 los registros indican que fueron inmunizadas unas 100 mil personas de casi un millón de habitantes que tenía el territorio. “Inicialmente tú vacunabas a los principales, porque son los que se ponen primero en la cola; tenían prerrogativa en una sociedad estamental de casta”. Pero también ocurrió lo contrario: “algunas personas huyeron para no ser vacunadas porque asumían que les están poniendo una enfermedad que no tienen”.

SIN DINERO, PERO CON CORAJE

Lo de “expedición filantrópica” no está muy lejos de lo sucedido. “La realidad es que la Expedición, a lo largo de su recorrido, sacó el dinero de donde pudo. Nunca faltaron patricios con gran poder económico y simpatizantes de la causa de la vacuna en las ciudades por donde discurrió la peregrinación vacunal. E incluso, el propio dinero de los expedicionarios.

Como manifestó el propio Balmis a su regreso de la Expedición, ‘no tiene número las pesetas que he repartido entre los indios para que se dejasen vacunar, y las empleadas en juguetes para que se entretuvieran a bordo los niños embarcados, con otra porción de gastos que no tengo ahora presente”, relatan Emilio Balaguer Perigüell y Rosa Ballester Añon en la monografía En el nombre de los Niños. Real Expedición Filantrópica de la Vacuna 1803-1806, disponible en internet.

En ese trabajo se informa que Salvany nunca volvería a España. Falleció en Cochabamba, “el 21 de julio de 1810 y le sorprendería batallando, una vez más, para conseguir recursos económicos y apoyos políticos para continuar su trabajo en la Capitanía de Charcas, el germen de lo que luego sería Bolivia”.

Germán Yépez reivindica que, con la Real Expedición, se demostró que era posible instaurar la vacunación. “Ningún país hasta ese momento había desarrollado una campaña tan masiva de vacunación como la que va a hacer España en sus posesiones de América”, enuncia. La viruela fue erradicada de Venezuela durante el régimen de Marcos Pérez Jiménez, en los años cincuenta del siglo XX, con un trabajo “dirigido por el doctor Darío Curiel, médico jefe de la división de epidemiología y estadísticas vitales del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social”, tal como lo certifica Yépez en la revista Tierra Firme. La afección desapareció del mundo en los años setenta…Salvo las muestras que se conservan en Rusia y EEUU, y sobre las cuales la OMS deberá tomar una decisión.

 

UN ARMA POLÍTICA

La vacunación contra la viruela también fue usada como arma política en la Guerra de Independencia. A partir de 1814, cuando los realistas retoman el control, acusaron al “diablo Bolívar” de haberle hecho tanto daño a la población que, incluso, “afectó la aplicación de la vacuna”, narra el historiador Germán Yépez.

La realidad es que la guerra “va a servir como un mecanismo de expansión de enfermedades, porque personas que son incorporadas como soldados y como logísticas de los soldados” llevan la enfermedad de una zona a otra. Así ocurrió, de acuerdo con Yépez, con afecciones como el paludismo y la fiebre amarilla.

EL SABIO ANDRÉS BELLO LA CONVIRTIÓ EN PALABRAS

Por haber estado cerca de ella o por cualquier otra razón, el filólogo Andrés Bello escribió sobre la viruela. En la obra teatral Venezuela consolada -citada por Emilio Balaguer Perigüell y Rosa Ballester Añon en la monografía En el nombre de los Niños. Real Expedición Filantrópica de la Vacuna 1803-1806- el motivo central es la vacuna contra la viruela. “Las atroces viruelas, azote vengativo de los cielos airados, ejercen su futuro sobre mis hijos. La atmósfera preñada de vapores malignos, propaga a todas partes con presteza terrible el exterminio. En las casas y calles, y sobre el sacro quicio de los templos, se miran cadáveres sin número esparcidos. Del enfermo infeliz, huyen despavoridos cuantos en su semblante ven de la peste el negro distintivo”, recita un personaje llamado Venezuela.

T/ Vanessa Davies
F/ Luis Franco y cortesía
I/ Vargas